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César Álvarez Gustavo Petro

Petro encarna al realismo trágico

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Después de lo visto en las últimas dos semanas, cuesta creerlo, pero lo peor del presidente Petro aún está por venir. No es una exageración, y mucho menos una especulación. Lamentablemente, es una deducción.

A pesar de tantos escándalos y horrores, el presidente Petro sigue encontrando nuevas maneras de desconcertar a los colombianos.

Jamás en la historia del país, un presidente de Colombia había llamado a los judíos, ‘neonazis’; sincronizado la política exterior con las causas de terroristas internacionales; manejado las relaciones exteriores a través de una red social; ni promulgado un decreto para premiar con un millón de pesos a jóvenes colombianos por ser criminales.

La brújula moral del presidente, claramente, tiene los polos invertidos. En su mundo, ser criminal sí paga. Su cosmovisión distorsionada implica que, en el mejor de los casos, no distinga el bien del mal. Y en el peor, que los distinga, pero intencionalmente decida llamar a lo malo, bueno; y a lo bueno, malo.

Deducir que lo peor aún está por venir no es irracional, tampoco es alarmista. Por el contrario, es sensato. El presidente Petro, después de todo, no distinguió entre el pueblo palestino y el grupo terrorista Hamás. No dimensionó que los ataques terroristas del 7 de octubre constituían uno de los días más oscuros para Israel, y un suceso geopolítico de proporciones gigantescas para el Medio Oriente, y el mundo. También se negó a condenar la barbarie en la que 1.400 personas fueron asesinadas y alrededor de 250 secuestradas. Y no consideró, y si lo consideró, no le importó que el 7/10 equivalía a que al-Qaeda hubiese asesinado a casi 40,000 personas el 9/11.

El presidente Petro ha demostrado que su soberbia ideológica no tiene límites; que su miopía analítica es crónica; y que su trastorno moral es severo.

Infortunadamente, tan delirantes como las razones que él quiera encontrar para justificar sus hechos, así son las probabilidades de que entre en razón.

En los casi 440 días que ha estado en el poder, el presidente presentó el proyecto de ley de sometimiento; nombró a Salvatore Mancuso como gestor de paz; se autodenominó jefe del fiscal general de la nación; incitó al levantamiento de los colombianos para presionar la aprobación de sus nocivas reformas; y excarceló a miembros de la ‘primera línea’.

Las decisiones del presidente no son el resultado de arrogancia e ignorancia. El sistema de valores y principios del presidente está deformado. Su visión de la realidad es imprecisa. Y ni su ética de trabajo, ni su capacidad de liderazgo están a altura del cargo que ostenta.

Lo más preocupante no es que al presidente le queden un poco más de mil días en la Casa de Nariño. Ni haber acostumbrado al país a su mal juicio.

El presidente Petro encarna al realismo trágico, no mágico. Lo más turbador, por lo tanto, es su capacidad de crear nuevas formas para desconcertar a un país que creyó ya haberlo visto, y sufrido todo.

Si el presidente fue capaz de arriesgar las relaciones diplomáticas, comerciales, y de seguridad con el Estado de Israel. Si fue capaz de revictimizar al pueblo judío. Si fue capaz de guardar silencio ante el terrorismo y la barbarie. Si es capaz de premiar a los criminales. Dos preguntas retóricas vienen a la mente: ¿de qué más es capaz? Y ¿en manos de quién está el país?

Por razonamiento deductivo, es claro que lo peor aún está por venir. Sin embargo, los que nunca creímos en su visión de país, nos reafirmamos la buena decisión. Los que apoyaron su proyecto político, se arrepienten, y empiezan a desmarcarse de él.

Cerrar los ojos, taparse los oídos, y esperar que el tiempo pase rápido no es una solución. Los colombianos deben recordar de lo que es capaz el presidente Petro, y del tipo de persona que dirige el país. No hacerlo es correr el riesgo de que esta historia se repita.

César Álvarez — es profesor y experto en seguridad internacional y estudios contra el terrorismo en Australia.

Twitter e Instagram @cesaralvarez_au