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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango guerra

La guerra contra las democracias

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Existen varias maneras de colectivizar una sociedad. Puede ser mediante la idea de clase, a esto comúnmente se le llama comunismo, o socialismo real, o más recientemente, progresismo. Puede ser mediante la idea de raza, el nazismo es un ejemplo de este modelo, puede ser por nacionalidad, que es el fascismo, puede ser por religión, como la teocracia iraní.

Estos procesos de colectivización que conocemos comúnmente como socialismos, no se dan en estado puro, la religión se puede mezclar con la raza, o el nacionalismo con la clase, o todos a la vez, pero requieren de un causa única para tomar forma política. El socialismo moderno es en realidad el romanticismo alemán convertido en consigna, el hombre fáustico de Goethe transformado en burócrata.

Todo esto comenzó en el siglo XVIII y ya es conocido, exhaustivamente estudiado y además probado. Como lo expresó Chesterton: “Ninguna sociedad puede sobrevivir a la falacia socialista de que hay un número absolutamente ilimitado de funcionarios inspirados y una cantidad absolutamente ilimitada de dinero para pagarles”.

Las democracias que son el abandono de la tribu y el triunfo del individuo siempre han estado atacadas, la guerra contra las democracias no es un fenómeno reciente.
Lo que es nuevo es que ya no se trata de ideología, se trata simplemente de las dictaduras contra sociedades abiertas.

En Oriente una tribu teocrática del Siglo V, que tiene armas del Siglo XXI, ataca a la pequeña democracia israelí y en Europa los antiguas burócratas policiales soviéticos, reconvertidos en mafiosos eslavófilos, atacan la naciente democracia ucraniana y se presentan en la sociedad global como lideres en defensa de los valores conservadores y hay quienes les creen.

La forma en que Ucrania e Israel han librado estas guerras es como las democracias las ha librado siempre, creatividad estratégica, y búsqueda de la victoria total, entre otras cosas porque son guerras defensivas y no es posible retirarse de una guerra defensiva. Estos son casos de agresiones militares directas, pero la amenaza tiene otras formas, quizá veamos pronto aparecer en algún lugar del mundo un totalitarismo ambiental, primero porque al igual que el marxismo y los nacional socialistas en su momento, se presenta como ciencia, toma una pequeña muestra de observaciones empíricas y usa esa información para presentar las más extravagante colección de supercherías apocalípticas y formulas mágicas milenaristas, incluso, como en alto medioevo, cuenta con niños profetas, pitonisas y predicadores ambulantes.

David Foster Wallace, en su novela La Broma Infinita, imaginó, ¿profetizo?, una América gobernada por el totalitarismo ecológico de la ONAN, el libro es un vasto tratado contra la pureza, sobre la imposibilidad de un mundo “limpio”, sobre la tiranía de los sin mancha.
El concepto “capital fósil” que expuso Andreas Malm, es la versión progre de “el diablo es puerco”, una demonología, un mito para atrapar el futuro, pero que ya está instalado políticamente en el presente.

Una campaña de miedo que ordena demoler canalizaciones, diques y represas para que la naturaleza fluya en todo esplendor primordial, como acaba de suceder en la comunidad valenciana en España, o que impone a una mega urbe del tercer mundo el retorno nostálgico a los caminos de herradura, bloqueando las necesarias autopistas y vías que mejorarían la vida de millones, pero que amenaza el jardín imaginario de un grupo de fanáticos y una mafia de oportunistas y vividores del miedo.

Este nuevo episodio de la ya secular guerra contra las democracias impone nuevas obligaciones. El capitalismo creó a la democracia, que es la forma política de la libertad económica, sin la cual, a su vez, no hay libertad política, luego, la tarea urgente es la defensa de la libertad. Una defensa sin concesiones, sin tregua, sin consideración frente a un enemigo que censura, destruye y condena.

Los descubrimientos y las tecnologías aplicadas que produjeron este momento histórico, el mas alto de humanidad, no fueron planificadas por ningún estado, ni ordenadas por ningún profeta, fueron producto de la creatividad de hombres que obraban libremente, que experimentaban y fallaban y que usaron su propio capital, o el de terceros, para financiar sus proyectos.

Es verdad que toda persona tiene derecho a pertenecer a un grupo y reivindicar una identidad, derecho, no deber, como pretenden los colectivistas y los dictadores. Si se quiere dar un primer paso en la dirección correcta, la defensa de la democracia comienza en la afirmación del individuo contra la tribu, porque el más importante del legado del mundo clásico es que somos ciudadanos, no somos pueblo.