Lunes, 11 de noviembre de 2024
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El recuerdo de las protestas muy violentas que tuvieron lugar en Chile y luego en diferentes momentos en Colombia y que se designan con palabras muy fuertes, estallido social, explosión popular etc; estuvieron caracterizadas por hechos muy deplorables de violencia y, por ello, las protestas del 21 de abril merecieron un elogio de todos los sectores porque no se rompió un vidrio, no se mancharon los edificios públicos con grafitis, porque se desarrolló en un ambiente de absoluto respeto por la propiedad privada, por los comerciantes que mantuvieron abiertos sus negocios, por el transporte público, por los transeúntes o por los simples observadores de la protesta.

Un espectáculo realmente encomiable de respeto a los más altos valores democráticos. Situación que ya nos parecía imposible dada la experiencia de otras manifestaciones, inclusive, algunas recientes. Hasta el Gobierno, que era el objetivo de la protesta, reconoció el buen comportamiento de los manifestantes. No se hizo necesaria la presencia de ningún elemento de la fuerza pública. Los ciudadanos se comportaron como miembros de una democracia respetable y, entonces, todo fluyó de la mejor manera. Qué maravilla.

La espontaneidad parece ser la principal virtud de estas protestas. Como que no quedó sino un mensaje: ¡Fuera Petro!, que merece interpretación y que además viene utilizándose en estadios y otros escenarios desde hace algún tiempo.

El presidente de la República la ha interpretado como un intento para sacarlo del solio de Bolívar, otra vez como un golpe blando o una intentona en ese sentido. Pero no he escuchado ninguna voz que así lo diga.

¿Cómo interpretar este mensaje? Me atrevería a decir que lo que movió a tantos miles de marchantes fue, a unos más que a otros, un sentimiento de desencanto, de frustración, de desilusión, casi de tristeza porque habían visto convertida una esperanza en algo inusitado.

“¿Cómo interpretar este mensaje? Me atrevería a decir que lo que movió a tantos miles de marchantes fue, a unos más que a otros, un sentimiento de desencanto, de frustración, de desilusión, casi de tristeza porque habían visto convertida una esperanza en algo inusitado”

La gran pregunta hoy es: ¿cuál será el impacto de esta gigantesca protesta en el comportamiento del Gobierno?, me temo que no habrá nada que pueda decirles a estos manifestantes y a quienes desde sus casas los acompañaron y a quienes después de ocurrido el fenómeno, se sienten bien representados por lo ocurrido, repito, no habrá nada que realmente les diga que sí fueron

escuchados o que sí ocurrieron unos cambios, así fueran menores, que podrían indicar que esta democracia está funcionando a plenitud.

Y, entonces, la preocupación apenas obvia es la de en qué momento, ojalá esto no ocurra, este desencanto y tanta desilusión evolucionen y se conviertan en rabia. Ahí entonces estaríamos ante otro escenario, bastante impredecible, y que no es el que anhelamos ni el que le conviene a Colombia. Una protesta de las características de la ocurrida el 21 de abril, por sí sola, debería encontrar una respuesta que le dijera a la ciudadanía que se identificó con ella que este tipo de expresión pacífica, civilizada pero contundente y significativa sí vale la pena, sí tiene consecuencias, sí llega al oído de los gobernantes.

Ese es el gran interrogante. Ese es el tema que reclama un comportamiento auténticamente democrático, que es el de escuchar, el de tomar en consideración la opinión de la ciudadanía, el de saber enmarcarla en el sentimiento de otros sectores para que así se sienta que una expresión popular pacífica, seria, bien intencionada, es una herramienta útil que hace innecesarias, por antidemocráticas conductas menos tranquilas y, ojalá jamás sea así, más radicales.

Nuestra democracia está en periodo de prueba.