Jueves, 03 de octubre de 2024
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De los resultados de la jornada electoral del pasado domingo, el más llamativo es el de Alejandro Eder. Tanto por lo que él representa como por la coyuntura de la que viene Cali.

Hace un par de años, Cali hervía. Había un profundo malestar social avivado por fuerzas políticas que, en lugar de buscar canales de comunicación que facilitaran la construcción de consensos y de promover la implementación de soluciones compartidas, se empeñaban en suscitar el caos, agudizar la lucha de clases, exacerbar el odio y sembrar la discordia.

Y aunque es cierto que la inconformidad obedecía a razones objetivas que no podemos desconocer -la pobreza, la inequidad, el desempleo, la falta de oportunidades- también lo es que el desasosiego generalizado de la gente, acentuado por la pandemia, fue aprovechado por los agitadores de siempre para incendiar la ciudad e impulsar una agenda que confía su éxito a la discordia, el escándalo y la falsa indignación.

Por esos misterios de las narrativas que a veces anidan en el imaginario social, en no pocos quedó la impresión de que los manifestantes alzaban su voz para denunciar los excesos y abusos de los viejos poderes.

En una atmósfera de esta naturaleza, la promoción de una candidatura liderada por una persona que proviene de la élite caleña resultaba casi una ilusión. Y, sin embargo, esa campaña logró atraer el 40% de los votos, un número superior al que obtuvieron en conjunto los dos candidatos que le siguieron.

Dados los antecedentes descritos, con los resultados electorales mencionados e independientemente de cuál sea su origen personal, es claro que Eder no representa un gremio, una determinada actividad ni un estrato socioeconómico. Eder representa una ciudad que quiere dejar atrás las divisiones que la han atravesado desde hace ya varias décadas -quizá desde la irrupción del narcotráfico y la descomposición que trajo este fenómeno- para enfocarse en la edificación de un mejor lugar para sus integrantes.

En los últimos dos años, al amparo de distintas iniciativas, personas de todos los sectores de la sociedad caleña han tenido el valor de superar los prejuicios y la inteligencia para abandonar la desconfianza en aras de fomentar escenarios de diálogo que permitan un entendimiento de la situación en la que se encuentra cada uno de ellos, las preocupaciones que tienen y los objetivos que persiguen.

Pero, sobre todo, para encontrar escenarios que promuevan la articulación de los distintos sectores de la población caleña.

Eder supo recoger el mensaje que envían esas experiencias. Un mensaje que incentiva la inclusión a través del conocimiento mutuo, el respeto a las diferencias, el papel que cada persona puede jugar en el desarrollo de su ciudad, del país.

Su elección envía además un mensaje de respeto a la propiedad privada y de apoyo a las actividades productivas. Es un buen mensaje. Los vándalos del 2021 habían logrado erosionar la imagen de las empresas. Las señalan y las acusaban de ser organizaciones frías e insensibles, ansiosas de explotar a sus colaboradores y de succionar el dinero de los más débiles.

Dos años después, esa narrativa ha caído al piso como un castillo de naipes. La empresa privada ha recuperado su lugar. La población viene tomando conciencia de la importancia que tienen los negocios.

Ahora que nuestras libertades económicas se han visto amenazadas, las personas han aprendido a apreciar el derecho que les asiste de lanzar sus propios emprendimientos, la posibilidad de conseguir un trabajo digno y bien remunerado o de obtener a través del comercio los bienes o servicios que requieren para mejorar su calidad de vida.

Son todas ellas, diferentes manifestaciones de unas libertades que nos traen grandes beneficios, pero que no siempre valoramos suficientemente.

Medellín, Barranquilla, Bogotá y otras varias ciudades del país también parecen haber elegido una senda que avanza hacia el fortalecimiento de la institucionalidad. Pero es en Cali donde se percibe con mayor intensidad este llamado.

La elección de Eder desafía a través de las urnas esos proyectos políticos que invitan a la discordia, al tiempo que rechazan acuerdos institucionales que, pese a sus muchos defectos, han facilitado por añosel adecuado funcionamiento de las sociedades democráticas.

Eder tiene ahora el muy interesante reto de fortalecer el proceso naciente de reconstrucción del tejido social de su ciudad; de superar las heridas que dejaron los cerca de dos meses de manifestaciones brutales de violencia y agresión; de demostrar que las personas que integran una sociedad no son mercenarios al servicio de guerras fratricidas cuyos intereses en muchas ocasiones no logramos identificar, sino miembros de una comunidad atada por un destino común.