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JAIME E ARANGO Jaime E. Arango Opinión

Un siglo que muere lentamente

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Gustavo Petro no es el primer presidente de izquierda, pero si es el último presidente del siglo XX. Incluso sus opositores son fantasmas del pasado, atrapados todos en la deriva confusa de un siglo que muere lentamente, en un país donde todo es pasado, donde la lucha política consiste en reescribir ese pasado para intentar atrapar el presente.

La retorica del poder se ha reducido a viejas formulas mágicas, un grimorio, o un misal, para un culto al que ya no asiste nadie. Mientras la Open IA avanza y el conocimiento se dispersa en imprevisibles direcciones y opciones individuales, aquí se intenta implantar la universidad estatal, colectiva, de conocimiento único dictado por viejos camaradas desde sindicatos polvorientos, para producir doctores en nada, que practicaran profesiones que no existen.

Toda la política, toda la casta, todos los viejos terroristas, todas las elites, capturados en un bucle centenario, todos ellos, pero la gente no, la ciudadanía está en el presente y aspira a un mañana. Han dejado atrás a las elites, porque esas elites traicionaron la esperanza.

El Siglo XIX se apagó aun antes de comenzar, murió en los campos verdes de Francia barridos por la metralla, se hundió con sus reyes, sus dioses y sus mitos, que fueron reemplazados por otros mitos y los hombres que se encontraron en Versalles ya eran otros hombres. Pero la agonía del Siglo XX ha sido larga y dolorosa.

En una entrevista reciente, Peter Thiel argumentaba que apenas con la segunda elección de Trump comenzaba el Siglo XXI porque esa elección era el producto del esfuerzo de una elite visionaria, Musk, Ackman, el mismo Thiel, “los raritos de la clase”, que entraron a sustituir las elites wok que llevaron al extremo los prejuicios y el autoritarismo moral de las ideologías antiliberales y con ello prolongaron agonía del Siglo XX.

Lo que viene, según Thiel, es una forma, o formas, políticas de la libertad que aún no imaginamos, por eso era fundamental la defensa radical de la libertad de expresión, en lo que la red social X, jugó un papel fundamental e histórico en la aceleración de narrativas múltiples. La velocidad del relato transformó el contenido, creó una nueva conversación general, dejó atrás la lentitud de la retorica identitaria, infantil y tribal.

Fatalmente una sociedad no tiene porque elegir el pasado. No tiene porque admitir, por ejemplo, la institucionalización de la guerra a través de la retorica cavernaria de la paz, el futuro es la victoria. La idea de supremacía moral basada en la búsqueda de la paz jamás ha sido elegida, es una obsesión personal de las elites del Siglo XX, que nos han impuesto un conflicto que no cesa y que está destruyendo la unidad territorial, la confianza en el estado y la posibilidad crear riqueza.

La paz es el pasado, hay que ganar la guerra para que exista un mañana. Estamos entrando en la era del individuo mientras nuestros políticos aún están en la era de los pueblos. La masa es el pasado, los ciudadanos somos el mañana, pero sucede que no nos tratan como tales, ni la derecha colectivista, ilustrada y de castas, ni la plebe izquierdista, ignara e intolerante, que en el fondo son lo mismo, los fantasmas de un pasado de terror que se niega a morir con sus privilegios y su historia de pequeñeces y matones.

En el día, ya mítico, de la casi imposible elección del 2026, debe imponerse la narrativa de no hay vuelta atrás, el mundo lento y predecible de antes de la pandemia dejó de existir y la gente del Pacto destruyó lo que quedaba.

Muy pronto solo habrá bandas armadas y organizaciones corruptas al mando de un estado nacional, así será si nos siguen vendiendo ayeres, no hay un punto estable de referencia para retornar, como en aquel tango que cantó Roberto Goyeneche, “¿por qué quieres volverme al pasado, si el pasado no quiere volver?”.