Se puede gobernar con el congreso sin el pueblo. Se puede gobernar con el pueblo sin el congreso. Pero no se puede gobernar sin el congreso y sin el pueblo.
Jaime Eduardo Arango. Analista y consultor. Twitter: @jaimearango9
No es común que un gobierno llegue a esa situación, pero la impericia, o una visión estratégica confusa, o la ausencia de liderazgo, o la suma de todo lo anterior pueden conducir a ello. El ejecutivo del Pacto Histórico no tiene hoy gobernabilidad.
El legislativo lo abandonó y la opinión lo rechaza mayoritariamente. El intento de destruir el país surgido de la constitución del 91 resultó en ese sentido un fracaso. Ignoraron que existe en Colombia un acuerdo sobre lo fundamental, libertad política, económica y de opinión, no hay polarización en cuanto a la intrínseca moralidad de la democracia liberal, consolidada en torno a una fuerte identidad nacional, una, no varias.
Intentar operar políticamente sobre una ficticia lucha de identidades como, “blanquitos ricos”, contra indígenas, o afros pobres, o pretender que “los dueños del capital” están guerra contra el pueblo, es un relato completamente ajeno a la percepción que las mayorías tienen sobre su vida y su país. Es una ficción antigua, oscura, violenta, pero sobre todo ínfimamente minoritaria.
Gobernar sobre un pueblo inventado es reinar en el desierto. Estas personas a cargo lanzaron en su momento una campaña miliciana y de terrorismo de baja intensidad contra una sociedad sorprendida e inerme, impusieron el mensaje de “miren lo que pasará si no nos eligen” y se creyeron que esas pandillas eran el pueblo y creyeron a su vez que el pueblo los eligió, pero solo fue el miedo.
Argüía Hannah Arendt que las revoluciones no son el resultado de una agresión que debilita las instituciones, sino que es el debilitamiento de las instituciones lo que hace posible las revoluciones, pero los líderes del Pacto Histórico creyeron que la violencia desatada por sus milicias había creado un estado de cosas prerrevolucionario y que llegados al poder podían imponer un colectivismo antiliberal para su pueblo imaginario.
Se equivocaron, no solo políticamente, sino estratégicamente. Ahora solos y aislados, esta distópica banda ha decidido promover el conflicto civil. “El hundimiento de la reforma laboral es muy grave. Demuestra que la voluntad de paz y de pacto social no existe en el poder económico…”. Dice el líder que la negación en el marco del estado de derecho de una propuesta de ley es nada menos que un acto contra la paz y contra el “pacto social” y que es producto de una conspiración del “poder económico” contra “el pueblo trabajador”; de nuevo su pueblo inventado, porque el pueblo real marchó en las calles contra él ese mismo día.
¿Sin el Congreso y sin el pueblo, entonces qué hacer? ¿Su opción es crear una inédita coalición con las organizaciones criminales para organizar asambleas populares en los territorios y los barrios mediante la fuerza? ¿Provocar un estado de inestabilidad que le haga creer a la gente que el país es ingobernable y que es necesario un nuevo “pacto social” organizado por ellos? ¿Promover la creación de guardias y milicias y colectivos armados que ocupen el espacio de la sociedad civil hasta que esa sociedad avasallada sea como el pueblo que ellos imaginaron? ¿Todas las anteriores?
De cualquier manera, esta gente ya está la tanto que no vamos a aceptar el mundo que describió la trágica Rosa de Luxemburgo, la voz moral más grande de la izquierda: «Con la represión de la vida política en el conjunto del país, la propia vida muere en todas las instituciones públicas, se convierte en una apariencia de vida en la que queda solo la burocracia como elemento activo.
La vida pública se adormece paulatinamente, dirigen y gobiernan unas pocas docenas de cabecillas del partido (…). Entre ellos, lleva en realidad la voz cantante solo un puñado de cabezas pensantes. (…) Una dictadura, en definitiva; pero no la dicta- dura del proletariado, sino la dictadura de un puñado de políticos». La dictadura en nombre del pueblo imaginado.