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César Álvarez Gustavo Petro

La paja en el ojo ajeno

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El presidente Petro no está bien. La buena noticia es que esta semana se desahogó. La mala, que la raíz de sus problemas no es ni los medios, ni la oligarquía, sino él mismo, y que ve la paja en el ojo ajeno, pero no la vara en su propio ojo.

El domingo pasado, Petro interrumpió el tiempo de todos para quejarse, dando a entender que se siente menospreciado e incomprendido, tras decir que ningún presidente en la historia de Colombia ha sido atacado con tanta “sevicia y perfidia”.

Palabras mayores, sin duda, quirúrgicamente escogidas y pronunciadas sin anestesia. En lo que pareció ser una catarsis televisada, y no una alocución, el presiente terminó revelando más sobre sus propios ataques, que de los supuestamente recibidos en su contra.

Durante estos dos años, la “sevicia y perfidia”que el presidente percibe en los medios no son más que un espejo de lo que ha emanado de sus entrañas.

Lo que debía ser una comunicación directa con el país se convirtió en una demostración palpable de su resentimiento. Su desprecio por la prensa es evidente, su hostilidad hacia los empresarios es innegable, y su sed de revancha tan grande como su infundado odio hacia quienes critican su gestión.

Petro culpó a los medios de todos los males del país, como si él no tuviera “velas en este entierro”. En su narrativa, los medios actúan con brutalidad contra él, mientras que de su boca solo brotan palabras de paz, amor y respeto.

Es una paradoja digna de reflexión: el presidente que llama a la paz y la concordia es el mismo que ha sembrado división y hostilidad con sus discursos.

Aunque Petro quisiera que su narrativa fuera aceptada sin cuestionamientos, lo cierto es que sus palabras y acciones han contribuido al clima de inseguridad e incertidumbre que vive Colombia.

Por supuesto, no podían faltar las acusaciones a los ricos. Esta vez, las describió como privilegiados y despiadados, insinuando que, junto con los medios, buscan no solo desacreditarlo, sino tumbarlo, y hasta asesinarlo.

Aquí vemos a un presidente dolido y ofendido, que reconoce el poder de las palabras, pero parece otorgarles peso solo cuando son de otros, no cuando son las suyas.

Petro olvida convenientemente que todo lo que dice y hace tiene repercusiones. Su discurso divisorio y radical ha tenido un impacto real en la sociedad, y muchos consideran que ha contribuido a hundir y estancar al país.

Es paradójico que alguien que ha usado palabras tan incendiarias contra sus opositores ahora se queje de la brutalidad con la que, según él, lo atacan.

Petro también se siente traicionado. Afirma que su agenda de cambio no se ha materializado por culpa de la “perfidia” de sus adversarios, acusando a latifundistas, bancos, universidades privadas y las medicinas prepagadas de impedir que Colombia sea la “potencia mundial de la vida”.

En su visión, el cambio prometido no ha sido posible debido a estos sectores oligárquicos y codiciosos que, según él, mantienen al pueblo despojado, pobre, ignorante y enfermo.

Así, su llamado al pueblo a apoyar su visión de cambio tiene un matiz desesperado, instando a la movilización en las calles y redes, diciendo: “Solo activos y sin callar avanzamos”.

Para él, el cambio solo puede venir de la confrontación con los obstáculos que identifica como los verdaderos enemigos del país.

Por supuesto, la vida de Petro debe ser respetada y protegida, y cualquier intento de atentar contra ella debe ser rechazado tajantemente. Sin embargo, ni un supuesto atentado ni un “golpe de las corbatas” le da derecho a reducir el destino de Colombia a las tres opciones que presentó el domingo: sangre, imposición por la fuerza o diálogo.

Este reduccionismo simplista deja en evidencia que los complejos problemas del país están en manos de un hombre que no pasa por su mejor momento, mental, ni políticamente hablando.

Aunque Petro expresó que prefiere el diálogo, no descartó explícitamente, el uso de la fuerza para imponer su cambio, y mucho menos consideró otras alternativas que incluyan una visión diferente del país. Esto es peligroso y refleja la falta de apertura a soluciones más inclusivas y consensuadas.

El martes, desde Nueva York, Petro continuó su catarsis en la Asamblea General de la ONU.Esta vez, sus quejas no solo fueron contra los medios y las oligarquías globales, sino también contra sus contrapartes, a quienes recriminó por no escucharlo, ni prestarle mucha atención.

En su discurso, también acusó al capitalismo y la codicia de frenar el cambio que propone para el mundo. Por ello, convocó a los pueblos a una nueva revolución, dirigida no a los gobernantes, sino a las masas, y pidió una batalla multicolor contra los ricos y el libre mercado.

Ignorado, incomprendido y ofendido, el presidente dejó claro que, en lo profundo de su ser, los ricos del mundo son los responsables de la inminente extinción de la humanidad.

Lamentablemente, para Colombia y el mundo, a Petro le sobra extrospección, y le falta introspección.

Tal vez dos frases le ayuden: la primera, de Aristóteles, quien dijo que “El autoconocimiento es el principio de toda sabiduría”; la segunda, del filósofo Michel de Montaigne: “La queja no libera de la carga, al contrario, la hace más pesada”.

Ojalá el presidente reflexione más, se queje menos y, por el bien de todos, incluido el mismo, asuma la responsabilidad de lo que dice y hace.

Faltan 535 días para escoger un nuevo congreso y 612 días para escoger al próximo presidente.

La cuenta regresiva continua.