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Andrés Sánchez Forero Opinión

El equipo del segundo tiempo

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A una semana de la arrolladora victoria de Donald Trump, ya comienza a configurarse el equipo que lo acompañará a partir del 20 de enero. La mayoría de los nombres dicen poco o nada al observador ocasional de la política estadounidense. Si bien el presidente electo ha hecho su carrera política a partir del desafío sistemático de normas y protocolos, no resultaría fácil decodificar el mensaje que quiere dar con su gabinete.

Sin embargo, es más claro de lo que aparenta: Trump busca, ante todo, lealtad.
A finales de 2019 y principios de 2020, el presidente Trump vivió su primer proceso de destitución (el segundo fue posterior a la insurrección del 6 de enero de 2021) debido a la presión que su gobierno ejerció sobre Ucrania para investigar a la familia Biden.

En la defensa del presidente brilló un grupo de congresistas por su combatividad en responder a los esfuerzos de los demócratas. Tres de ellos tendrán roles importantes en el segundo gobierno de Trump: Lee Zeldin liderará la EPA (Agencia de Protección Ambiental), John Ratcliffe se encargará de la CIA, y Elise Stefanik representará a Estados Unidos en las Naciones Unidas.

Stefanik, quien junto al vicepresidente electo JD Vance representa el futuro a mediano y largo plazo del Partido Republicano debido a su juventud y a su éxito meteórico, no sólo encarna la fidelidad que busca Trump, sino una voz fuerte en contextos poco favorables. El año pasado, después de la respuesta israelí a los ataques de Hamas el 7 de octubre, se produjeron una serie de ataques antisemitas en algunas de las más reputadas universidades estadounidenses: Harvard, MIT, Columbia y Pensilvania.

Ante esa situación, el Congreso convocó una audiencia el 12 de diciembre para oír a las autoridades universitarias y su opinión al respecto. Allí, Stefanik destacó como contraparte de Claudine Gay, presidenta de Harvard; Sally Kornbluth, del MIT; y Liz Magill, de Pensilvania, exponiendo los estándares de esas autoridades frente al antisemitismo. Para inicios de enero de 2024, Gay y Magill renunciaron a sus cargos debido a sus respuestas a las preguntas contundentes de la futura embajadora. En parte, ese será el tono que Trump busca para hablar en un entorno, como el edificio de la ONU en Manhattan, hostil para su gobierno.

Durante su primera presidencia, Trump desconocía la compleja estructura que rodea al poder ejecutivo. De ahí que se rodeara de personas que conocían el aparato gubernamental desde adentro, los “adultos en la habitación” que moderaban las decisiones impulsivas provenientes de la Oficina Oval: militares retirados como Jim Mattis, H.R. McMaster y John Kelly; congresistas y gobernadores como Mike Pompeo, Jeff Sessions y Nikki Haley; y antiguos miembros de gobiernos republicanos como Elaine Chao y John Bolton.

Todos ellos salieron del gobierno de forma turbulenta, y no pocos hicieron pública su opinión negativa de Trump y de sus capacidades para gobernar, incluso en libros recientes. De hecho, fue Kelly quien afirmó unos días antes de la elección que “Trump encajaba en la definición general de ‘fascista’”. La mitad del gabinete de su primer gobierno se opuso a su campaña de 2024. Sin duda alguna, ninguno de ellos tendrá un espacio en el gabinete que viene.

El Donald Trump que asumirá el 20 de enero de 2025 conoce bien a Washington y los recovecos de su gigantesco aparato burocrático y no tendrá, gracias a su victoria en el Senado, mayores complicaciones a la hora de confirmar sus nombramientos. De ahí que la experiencia previa importe poco. Un ejemplo claro es Pete Hegseth, la elección de Trump para la determinante Secretaría de Defensa.

Frente a los nombramientos en el Pentágono durante las últimas tres décadas, que tenían experiencia en la cadena de mando o en el mundo político, Hegseth pasó de ser mayor del ejército a ser comentarista frecuente en Fox News, la cadena de noticias predilecta del presidente. Algunos críticos sugieren que la posición del nuevo secretario, lejos de asesorar, será la de un validador de las posturas y decisiones de Trump.

Los nombres más conocidos del equipo de Trump también se caracterizan por esa lealtad absoluta. El nuevo Secretario de Estado, el senador Marco Rubio, pasó de ser “little Marco” en la campaña de 2016 a convertirse en uno de los más férreos defensores de Trump.

Lo mismo puede decirse de Elon Musk, quien fue descrito por Trump en 2022 como un “artista de mierda” y hoy dirige el Departamento de Eficiencia Gubernamental (con D.O.G.E. como siglas en inglés, en un claro guiño a la criptomoneda preferida del multimillonario) y se hace cada vez más cercano al presidente electo; o de Robert F. Kennedy Jr., quien pasó de ser “un falso tonto de la izquierda radical” en 2018 a ser el casi seguro encargado de las políticas públicas en salud del gobierno de Trump, donde tendrá carta blanca para impulsar las teorías alternativas que ha difundido durante años y que han sido, irónicamente para un gobierno que impulsó la investigación de la vacuna contra el COVID-19 con la Operación Warp Speed, determinantes en la construcción de la plataforma MAGA durante la última década.

Como ocurre en todos los gobiernos fundamentados en personalidades fuertes, Trump se ha decantado para su segundo mandato por aquellos que no cuestionarán sus decisiones. Desconozco si eso terminará, como ocurrió en su primera administración y como sucede en gobiernos con enfoques similares, en un carrusel de nombramientos. Pero es claro que Trump prefiere fidelidad a experiencia y aprobación a consejos sinceros.